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jueves, 21 de marzo de 2013

Las manos en el arado | un camino de ida





“Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” -Lucas 9:62.

La expresión que usa Jesús está en singular (“la mano”, y no “las manos”) y se aplica a las costumbres de su época, en donde el arado era conducido con una sola mano, mientras que con otra se sostenían las riendas del animal que ocasionalmente se utilizaba para tirarlo. Y a su vez, quien operaba el arado, si quería que el trabajo saliera parejo, no debía dejar de mirar su punto de referencia (no podía mirar para atrás) para no salirse del punto de referencia.

Es interesante notar que Jesús usa esa frase para responderle a uno que le dijo: «Señor, yo te seguiré; pero antes déjame despedirme de los que están en mi casa». Y se enmarca en una serie de dos micro-diálogos anteriores del mismo tenor:

“Mientras seguían su camino, alguien le dijo: «Señor, yo te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.»

Y a otro le dijo: «Sígueme.» Aquél le respondió: «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el reino de Dios.» (Lucas 9.57-60).

Estas dos intervenciones tienen como corolario la última en la que alguien le dice al Señor que piensa seguirlo pero que le de un tiempo para acomodar sus cosas, y a lo que Jesús responde entonces: «Nadie que mire hacia atrás, después de poner la mano en el arado, es apto para el reino de Dios».

Quiero rescatar de este texto (que en algunas Biblias aparece bajo el subtitulo de “lo que cuesta seguir a Jesús”) dos cuestiones concretas:

Por un lado el texto nos pinta la radicalidad de la demanda del Evangelio. El Evangelio es un camino de ida. Los que queremos seguir a Jesús debemos entender que no hay chance de jugar a medias tintas, cuando uno decide seguir a Jesús tiene que saber que su Reino no admite a personas que se vuelven para atrás atemorizadas por las pérdidas que puedan sufrir (amistades, privilegios, comodidad, aceptación, etc.). A los que queremos asumir el Evangelio como palabra de Dios total, e involucrarnos en la obra y el llamado de Jesucristo, se nos veda la posibilidad de oscilar entre lo que dejamos atrás y lo que estamos asumiendo.

Y por otro lado, el Señor nos desafía a no perder de vista el objetivo, el hacia dónde vamos: hacia delante, hacia la meta: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!” le escribía el apóstol Pablo a los Filipenses (3.13-14).

Este texto puede cambiar tu perspectiva de lo que el cristianismo es, a mí ya me cambió.

Las manos en el arado | una herencia simbólica



Me han contado varias veces que tal vez uno de los primeros Farina llegados a estas tierras era un hombre valiente de los pocos que se atrevían a montar esos viejos arados de reja tirados por un caballo. Sucedía que por entonces en aquella tierra virgen los pajonales eran altos, y la geografía despareja hacía que los golpes y las posibilidades de volcarlo fueran altas.

Es una historia que siempre contaba mi abuelo Don José Domingo Farina, y que recuerda mi padre cada vez que tomando un mate nos acercamos al viejo arado que adorna el fondo del patio de la casa de la calle Santamarina. “Es el primer arado que salió después del arado mancera (en el que el operario caminaba a la par del arado manejando la profundidad y la dirección con las manijas) ... en este ya el operario iba sentado y la inclinación y la profundidad se manejaba a través de palancas... después de eso salió el de tres rejas” me explica papá, y suma otros detalles: “trabajaban de sol a sol, generalmente en otoño e invierno antes que se pusiera el sol tenían que largar el caballo para que el frío de la noche no lo encontrara sudados. Hacían recambio de caballo, creo que uno a la mañana y otro por la tarde”.

Don Domenicantonio Farina, venido de Italia, y llegado a Zenón Videla Dorna (un pequeño poblado de la Provincia de Buenos Aires en el partido de San Miguel del Monte) supo ganarse la vida poniendo las manos en el arado (sin mirar atrás).

Ese Farina que con gran valentía montaba los arados de reja, que era buscado por los productores rurales de aquellas estancias que comenzaban a explotar la tierra, y que era valorado como un talento difícil de encontrar, era mi tatarabuelo, abuelo de mi abuelo José.

Si yo pudiera hablar con mi tatarabuelo le diría que me ha dejado una herencia simbólica de la cual debe estar orgulloso, porque aunque no soy yo ningún baqueano manejando el arado de reja (ni ningún otro arado) he puesto “las manos en el arado” y procuro no mirar atrás mientras que la tierra necesite ser labrada: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” -Lucas 9:62.